Un primer día de las madres con los brazos llenos

Esta vida de madre…

Es perderse.
Es encontrarse.
Es volver a perderse.
Es vivir en un ciclo constante, en un vórtice de no saber nada y, sin embargo, tenerlo todo… en brazos.

Este fue mi primer Día de las Madres con mi cría. Sostenida. Sano. Fuerte. Feliz. Alerta. Curioso. Una criatura viva de asombro y misterio. Doy gracias todos los días de tenerle, de que él me tenga, de que nos tengamos.

Pero también—la maternidad posible, atenta y respetuosa es dura.
Es entrega total. Caótica
Es apestar. Bastante.
Es comer frío, tarde o no comer.
Es bañarse polaco (sin homenajes culturales).
Es llegar tarde. Siempre. O vivir foto finish.

Es no querer salir. Es no querer ver a nadie.
Es llorar mientras das pecho con los pezones sangrando, sin saber si lloras de agotamiento o de amor. Sé que es por ambas sensaciones.

La maternidad no es una línea recta. Es un multiverso en sí misma. Un tejido de duelos y gozos. Conocerse, menos, y mucho más. Por eso, más allá de la celebración del día, pienso en la vida, sin expectativas. Solo presentes.

Tal vez esto le resuene a todas las que maternan desde los bordes, los intersticios, los silencios, los márgenes. Las que maternan sin nombrarse así. Las que perdieron. Las que gestan desde el deseo, la memoria o la tierra.

Gracias, hijo(s), por enseñarme que no se trata de ser perfecta, sino de estar ahí, contigo, con ustedes. Le(s) amo.

– Mamá

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